miércoles, 15 de septiembre de 2010

UCDC 46 - Los Mensajes y los Mensajeros

Índice - Ilustración: Fidípides de Luc-Olivier Merson (21-05-1846 a 13-11-1920)
Hola amiguitos
A veces me cuesta recordar cómo era la vida en los tiempos en que no existían los celulares, el e-mail, la red internet o el GPS.
En mis años de extrema juventud mandar una mensaje en forma de carta, por ejemplo, involucraba actividades tan disímiles como disponer del papel apropiado, el dispositivo de escritura (lapicera, birome, tinta), el sobre adecuado y la voluntad de escribir teniendo en cuenta que lo que se expresaba era casi definitivo debido que las posibilidades de corrección eran limitadas.
Una vez terminada la carta había de efectuar los dobleces necesarios para poder introducirla en el sobre que disponíamos (tarea que no siempre era sencilla).
Si teníamos en casa las estampillas postales necesarias solo era preciso pasarles la lengua y pegarlas en el borde superior derecho del sobre cerrado y dirigirse hacia una de las esquinas en las que se solían encontrar los simpáticos buzones del que los empleados del correo solían retirar las sacas un par de veces por día.
Si no teníamos las estampillas o el envío debía ser hecho de modo “Certificado” o “Expreso”, no quedaba mas remedio que concurrir a alguna de las sucursales de correo que no siempre estaban “en la otra cuadra”.
Si estábamos fuera y precisábamos hacer una llamada telefónica debíamos buscar y encontrar un Teléfono Público que funcionara (que rara vez estaba en lugares abiertos) y disponer de las monedas, cospeles o tarjeta telefónica para pagar esa llamada.
En siglos anteriores el correo personal precisaba de personas que trasladaran la información. Originalmente era un simple “chasqui” o mensajero el que cumplía con uno o varios encargos.
En las famosas “postas” cambiaban de caballo para continuar el camino si ese era el medio.

Uno de los mensajeros famosos resulto ser Fidípides quién, según se atribuye erróneamente a Heródoto, corrió los casi 42 kilómetros que hay desde Maraton a Atenas para avisar a los atenienses que el equipo local había derrotado a los persas a quienes no les había quedado otra opción que alzar las banderas y volver a casa masticando la ignominia de la derrota.
Dice la leyenda que, instantes después de llegar y decir (en griego por supuesto) “Hemos vencido” cayó muerto.
Pero no murió de cansancio -como me enseñaron en la escuela- sino a consecuencia de las heridas recibidas durante la batalla.
La aseveración de que no murió de cansancio estaría avalada por el hecho de que don Fidípides no era un mensajero aficionado dado que había recorrido reiteradamente los poco mas de 240 km entre Atenas a Esparta, la última de ellas para pedir ayuda contra los persas a las autoridades del “clásico rival”.
En un próximo UCDC he de retornar a este asunto de los mensajes y sus mensajeros.
Los que se encuentran leyendo estas últimas líneas son, como siempre, acreedores a mi más profundo agradecimiento.
Mario Aicardi - volver al índice